El lunes, 20 de octubre, fue mi cumpleaños. Como tengo una edad ya no me da pudor
hablar de ello ni contaros en estas letras de molde una historieta
familiar más. Mi infancia son recuerdos de una mesa
llena de mediasnoches y vasos de fanta mezclada con cocacola. Soplábamos
las velas y cantábamos aquello del "feliz, feliz en tu día", porque los
niños de los 70 solo veíamos por los ojos de Gaby, Fofó y Miliki y lo
del "cumpleaños feliz" lo aprendimos bastante más tarde.
La casa se llenaba de niños y la pérdida de la inocencia llegaba el año
que tus primas pequeñas te destrozaban tu muñeca preferida y entonces
decías algo así como "Nunca Mais" y se abría una nueva etapa.
Nos estrenábamos en esto de cumplir años sin los padres, y sin las
primas pequeñas, invitando al personal a una hamburguesa en el Burger Dino, uno de los primeros establecimientos de comida rápida que hubo en mi ciudad. El dinosaurio verde nos abría a las adolescentes de provincias una puerta
a la absurda modernidad del fast food y al rito iniciático de probar la
mostaza americana. Aunque para rito iniciático el que nos brindaba el Mesón Extremeño, mítico bar de la movida cacereña de los 80, el día que decidíamos que ya éramos
mayores y celebrábamos los cumpleaños entorno a una burbuja de cerveza
chupando todos a la vez por unos tubos de goma. Mucha diversión entonces y cierto repelús al recordarlo.
Después llegaron los cumpleaños
conjuntos en un chalet del Monte del Casar, esa Costa de la Bellota
donde tantos cacereños hemos disfrutado más que si fuera el Caribe, las
cenas de pareja y hasta las fiestas sorpresa para conmemorar números
redondos como 30 o 40.
Pero ahora los festejos no se
parecen en nada a todo lo anterior (o tal vez sí...). Más que nada porque desde hace un tiempo en estas fechas ya no celebro mi
cumpleaños sino el de mi hijo pequeño, un regalazo que me llegó, con un par de días de retraso, un 22 de octubre de hace cinco
años. Vueve el tiempo de comprar tarta de chocolate, preparar
mediasnoches y luchar con otros primos (los de mi hijo), para que no
rompan nada, de encargar tortillas a la Boutique del Pollo y callar como
una muerta cuando mi suegra diga que qué bien me salen (aunque confieso que este año la tortilla la ha hecho ella y, encima, le hemos okupado la casa con toda la logística cumpleañera...).
En fin, que un 22 de octubre de 2009 y antes de los dolores nacía el pequeño de la casa (sí, he dicho "antes", fue cesárea y los dolores llegaron después). Cinco años
más tarde la vida le resulta pequeña y nos divierte (y nos agota) buscando
nuevos horizontes. ¡Felicidades Tomasito!
PD: Otro día hablaré de la estresante agenda de cumpleaños del cole de los niños, de los horribles sitios de bolas y de los agotadores compromisos sociales en los que nos hemos embarcado las madres del siglo XXI con las fiestas de nuestros hijos. Hoy me quedo con la ternura de ver cumplir años en familia a la tribu, con la nostalgia de mi infancia y con la añoranza de los que están lejos (algunos demasiado). Como dirían Tip y Coll, "La semana que viene...hablaremos del Gobierno".
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